Aunque el mundo se comprometió a proteger el 30% de los océanos para 2030, menos del 10% cuenta hoy con algún tipo de resguardo efectivo. ¿Qué impide avanzar?

En diciembre de 2022, más de 190 países firmaron el compromiso 30×30, una meta global para proteger al menos el 30% del océano para el año 2030. Sin embargo, a cinco años del plazo, apenas el 8% de los océanos del planeta están bajo algún tipo de protección, y menos del 3% están totalmente resguardados de actividades extractivas. ¿Qué está fallando? ¿Por qué, si sabemos que las áreas marinas protegidas (AMPs) funcionan, no estamos logrando avanzar más rápido?
Las respuestas están en la ciencia… y en la política.
Una reciente conferencia organizada por la coalición internacional Revive Our Ocean, que reúne a expertos de más de siete países, abordó de frente esta paradoja. “Sabemos que las áreas marinas protegidas funcionan. El problema es que no se están implementando a la escala y velocidad necesarias”, señaló Enric Sala, explorador residente de National Geographic y asesor científico de la serie OCEAN con David Attenborough.

Desde el Firth of Clyde en Escocia hasta la Bahía de Gökova en Turquía, los estudios muestran que cuando se restringe o prohíbe la pesca industrial en zonas marinas bien diseñadas, los ecosistemas se recuperan. Especies comerciales retornan, la biodiversidad aumenta y las comunidades costeras se benefician. “Una zona de un kilómetro cuadrado en España genera 25 veces más ingresos por turismo de buceo que la pesca que antes ocurría allí”, enfatizó Kristin Rechberger, fundadora de Revive Our Ocean.
Entonces, ¿por qué no se crean más áreas de este tipo? Primero, porque en muchos países los gobiernos locales no tienen la autoridad legal para establecer AMPs. “El océano ha estado tradicionalmente fuera de la mente política. Está fragmentado entre ministerios y es terreno fértil para la burocracia”, explicó Rocky Sanchez-Tirona, directora del programa Fish Forever de Rare en Filipinas.
Además, muchos parques son “parques de papel”: existen en el mapa, pero carecen de vigilancia o permiten prácticas destructivas como la pesca de arrastre de fondo, considerada la técnica más perjudicial para los fondos marinos. En México, aunque casi el 25% del mar está bajo alguna figura de protección, la mayoría son de uso múltiple y no excluyen actividades extractivas. “Necesitamos transformar las áreas ya protegidas en verdaderamente efectivas”, urgió Octavio Aburto, director de Atlas Aquatica.

Foto: Zafer Kızılkaya / Mediterranean Conservation Society.
El proyecto Atlas Aquatica, impulsado por Aburto y su equipo, busca mapear los sitios de buceo en México y demostrar su enorme valor económico y ecológico. Su investigación ha revelado que el turismo de buceo genera más ingresos que toda la industria pesquera, y que proteger estos sitios podría generar hasta 2 mil millones de dólares adicionales cada año. Esta información ha motivado a centros de buceo a organizarse en cooperativas que ya están solicitando la creación de nuevas áreas marinas protegidas en el Golfo de California.
“Si no hay protección, no hay nada que ver. Es como llegar a un restaurante y encontrar que no hay comida”, dijo Aburto durante el panel. Con el respaldo de Revive Our Ocean, Atlas Aquatica busca convertir estos espacios en motores de desarrollo sostenible.
Revive Our Ocean propone una estrategia basada en tres pilares: inspirar, habilitar y equipar. Esto implica campañas de comunicación, cambios legislativos que empoderen a las comunidades costeras, y herramientas prácticas como manuales y modelos de negocio para crear AMPs viables y sostenibles.
Los casos exitosos tienen un elemento en común: liderazgo comunitario. En Turquía, Zafer Kizilkaya logró convencer a los pescadores de Gökova para establecer zonas sin pesca. Luego, formaron su propio cuerpo de guardaparques con ex pescadores. “En cuatro años, el ingreso de los pescadores se cuadruplicó y los ecosistemas se recuperaron”, relató Kizilkaya.

En Filipinas, más de 1,600 AMPs han sido creadas por gobiernos municipales gracias a leyes que descentralizan la toma de decisiones. “Los alcaldes están viendo que proteger el mar no solo es bueno para el ambiente, es bueno para la economía local”, señaló Tirona.
Las AMPs no son la panacea, pero son una de las herramientas más efectivas que tenemos para enfrentar la crisis oceánica. Permiten la recuperación de especies, la captura de carbono en sedimentos marinos, la protección costera ante tormentas y la seguridad alimentaria de millones de personas. Su fracaso no sería solo ecológico, sino también social y económico.
La urgencia está clara. El objetivo 30×30 está en riesgo, y solo una combinación de ciencia, voluntad política, participación comunitaria y modelos económicos sólidos podrá sacarlo adelante.
Como concluyó Enric Sala: “El peor enemigo de la pesca no es la conservación. Es la sobrepesca”.